viernes, 8 de febrero de 2008

La soledad

Una película sin música. Una película donde el dolor se muestra como una verdad indiscutible sin el más mínimo asomo de teatralización e histrionismo.
La escena de la muerte de Antonia, la madre, es una de las secuencias más sobrecogedoras que uno ha visto jamás. El corazón se te para varias veces con la película que usa su alquimia formal para meternos dentro de los personajes. Un Madrid vacío y silencioso que sirve de personaje principal: lugar vacío donde habita la soledad que va atrapando a unos y otros.
Una película que hace amar al cine y a la vida y a los seres humanos. Una película que no juzga: mira y obliga a mirar. Y al mirar a los demás, cuando son ciertos, te miras dentro. Escuchas a la gente sentir. Qué dirección de actores, qué actores, madre mía. Ahí los tienes. Pueden ser tus primas, tu madre, tu novia, tu abuela, tus vecinos. Escucha a la madre y a una de sus hijas hablar en el autobús sobre ponerse o no un tatoo porque lo veo sexy.
Todos los personajes están interpretados y dirigidos de una manera tan real, tan magistral que nos recuerda al mejor Cassavettes, aunque esté en las antípodas del uso que hacía de las cámaras.
Ha llamado a ese partir el plano en dos ofreciendo sendos puntos de vista para que el espectador elija, “polivisión”. La polivisión consiste en mezclar en el mismo fotograma dos planos de escenarios diferentes pero relacionados con el espacio y los personajes, partiendo en dos el fotograma, mientras el tiempo transcurre simultáneo en ambos. Lo que Ang Lee en Hulk no lograba sino a medias (Lee partía en muchos más fragmentos el plano intentando rememorar la fragmentación en viñetas del cómic y en sólo ciertos instantes), aquí, con una concepción diferente y permitiendo al espectador una manera de mirar distinta y mucho más abierta y libre se convierte a medida que pasan los minutos y entras en el juego de mirar que te propone, en una experiencia mucho más activa y que te considera activamente como espectador.
La noche que ganó el Goya había unas 170 copias en emule. Un día después, cuando descargué la película entera había cerca de 600. Eso es una buena noticia. En 600 hogares han visto una pequeña y gran obra de arte. Yo siempre digo lo mismo: los libros se han prestado siempre. Los discos se han grabado siempre. Si lo necesitas, después lo comprarás. Yo –y muchísimos más- soy la prueba fehaciente de ello.
LS es un ensayo visual que mira a los hombres de frente, con dignidad, con amor. Jaime Rosales es un poeta. ¿Será sobrino del poeta Luis Rosales? (Por cierto, La casa encendida me parece un poema fabuloso).
No extraña ahora –mucho más después de haber visto hace unos años su anterior película Las horas del día- que en el discurso de agradecimiento de los Goya recomendara a los padres enseñar cine a sus hijos como antes los llevaban al prostíbulo o le enseñaban a cazar zorzales y apuntara como idea comenzar por El ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica. (Ahora los padres no enseñan nada porque no saben si tienen algo que enseñar).
Hoy, en la era del cine montaña rusa, ver una película así es como respirar oxígeno.
Los diálogos, sin énfasis, sin artificios, reales como arrancados de nuestras propias vidas, demuestran cómo no hay que reinventar con falsos modelos ni objetivos nuestra existencia. Por fin cine sobre la gente que existe. Cine adulto. Cine de autor. Se hace en España. No sabemos si a pesar de ella. Pero es universal.
Por supuesto que se nota la influencia de la Escuela de Cine de San Antonio de Baños en Cuba. Rosales aprendió a hacer cine sin nada y después de titularse en gestión empresarial. Así que sabe lo que cuestan las cosas y cómo administrarlas. En momentos recordaba el aire nuevo que supuso Solas. Pero incluso en aquel título, donde se recogía el natural histrionismo andaluz, que es tan expresivo y barroco como real, puesto que existe, había un sistema narrativo tradicional. (Solas y La soledad, ambas hechas por autores que aprendieron en la misma escuela cubana; ¿pura coincidencia? Más bien no. Si habéis estado en Cuba entendéis sentir y ver el paso del tiempo de otra manera). Como es fácil ver el sentido del tiempo de películas como Suite Habana de Fernando Pérez, la influencia de los Tarkovski y Kieslowski; de De Sica o Rossellini, Resnais y Godard, de los grandes maestros japoneses… Vale, que sí. Que todos compartimos adeenes y memes en mayor o menor medida… Que sin eso no nos entenderíamos. Pero vamos a dejar el a quién se parece el niño, de quién ha sacado los ojos y de quién habrán salido esos andares.
Yo lo único que digo es que de vez en cuando el cine no es sólo pop, mainstream hiperproducido o neorrock sinfónico. No es sólo un megaconcierto ni la portada de rockdelux (¡no va por ti César!). A veces es un equipo que se sitúa en otro lugar, sin pretender parecerse a aquéllos que hacen espectáculos de parque de atracciones (¡cuidado!, a mí me gustan las que están bien hechas, pero no me paso el día entero en la montaña rusa, en el barco vikingo o en el orgasmotron) sino que se limitan a hacer muy bien lo que ellos ven.
Cine con actores tan enormes y desconocidos que se diluyen hasta ser los personajes. Personajes que no necesitan almodovarizarse para ser reales. Cine que no necesita de énfasis teatrales para conmover. Cine donde la propuesta narrativa y visual se utiliza para que el espectador sea un sujeto activo, inteligente y responsable (¡ay, el socialismo utópico!). Cine sin redundancias. Cine donde al acabar la película te das cuenta de que no ha habido un segundo de música. Cine que ya está siendo saqueado –luego cabalga- por las teleseries. Anteayer encendí la tele y en una de Tele 5, española, que no sé cuál era si El comisario o cuál, vi cómo usaban –con ritmo más acelerado, más picadito, en jerga televisiva- la misma técnica de partir el plano. No es un invento de Rosales, claro está. Esto viene de muy antiguo. Pero él le ha llevado del experimento que llama la atención a lograr que pase desapercibido para que el espectador literalmente pasee por la película, se meta en los fotogramas en esas habitaciones donde uno sale y entra en el mismo plano con los ejes cambiados (algo así hacía también en Las horas del día, pero con menos riesgo formal). Entre en eso que se llama la soledad, no la película, sino la de los personajes, la de las ciudades llenas pero vacías, la del silencio, la tuya propia. Entres ahí y entiendas.
Y en esa mesura y lentitud, os lo juro, más de una vez se te encoge el corazón y acaba doliéndote.
Perdonad el fárrago circular. Pillárosla. Id a verla. Y luego comentamos. Si esa peli no es honestidad, no sé que pueda serlo.

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